En un momento en que la neutralidad era tan difícil como la guerra misma, el rey Alfonso XIII emergió como un inesperado mediador humanitario durante la Primera Guerra Mundial.
Aunque la memoria colectiva de España asocia su figura a episodios controvertidos, la labor diplomática y solidaria que desempeñó durante el conflicto —conocida como la “Oficina Pro-Cautivos”— lo posicionó dos veces como candidato al Premio Nobel de la Paz, según recoge la Real Academia de la Historia y diversos archivos de la época (como el Archivo General de Palacio).
La neutralidad española y un rey “en medio”
España, neutral en el conflicto que se desató tras el asesinato del Archiduque Francisco Fernando en Sarajevo, estaba en una situación diplomática compleja. Alfonso XIII (nieto de la reina británica Victoria Eugenia y hijo de la austriaca María Cristina) tenía lazos familiares con ambas potencias en guerra. Sin embargo, decidió que el país debía mantenerse al margen de la contienda y encontró en ello una oportunidad para actuar como puente humanitario.
Una carta que lo cambió todo
El germen de la misión nació de una carta de una lavandera francesa que pedía ayuda para encontrar a su marido, prisionero tras la batalla de Charleroi en 1914. Alfonso XIII movilizó a las embajadas españolas en París y Berlín, localizó al soldado y le escribió personalmente a la mujer para informarle de su paradero. Este gesto de humanidad trascendió a la prensa europea —Le Petite Gironde lo llamaría “El Ángel de la Guarda”— e hizo que miles de peticiones llegaran al Palacio Real.
La Oficina Pro-Cautivos: un esfuerzo titánico pagado con el dinero personal del monarca
En octubre de 1914 se creó oficialmente la Oficina Pro-Cautivos, costeada con el patrimonio personal del monarca. Su función era canalizar esas miles de cartas diarias —hasta 2.000 en un solo día— y contactar con diplomáticos y embajadas para localizar a prisioneros, heridos y civiles atrapados en la guerra. Alfonso XIII no delegaba todo: él mismo supervisaba los expedientes más urgentes, mientras su secretario Emilio María de Torres coordinaba un equipo que llegó a estar dividido en diez secciones, como “Desaparecidos”, “Repatriaciones” o “Indultos”.
Según el historiador Javier Paredes (La gran labor humanitaria de Alfonso XIII durante la Primera Guerra Mundial, 2014), la oficina emitió cerca de 250.000 informes y facilitó la repatriación de 21.000 prisioneros enfermos y 70.000 civiles. Logró 102 indultos de condenas a muerte y colaboró con la Cruz Roja para garantizar la seguridad de los barcos-hospitales. Su esfuerzo llegó a salvar la vida o aliviar la situación de más de 122.000 personas, incluyendo 7.950 británicos, 6.350 italianos, 400 portugueses y hasta 250 estadounidenses.

Reconocimiento internacional y el eco del Nobel
La labor de Alfonso XIII fue reconocida internacionalmente. El periódico francés L’Éclair lo describió como “Caballero Real de la Caridad” y The Times como “uno de los monarcas más laboriosos de Europa”. Incluso el Daily Mail estadounidense lo apodó “El Rey Caballero”. Sin embargo, el estallido de la Segunda República Española en 1931 y el posterior exilio del monarca relegaron su figura a un lugar ambiguo en la historia.
Alfonso XIII fue propuesto dos veces al Nobel de la Paz —en 1917 y 1933, según recoge la base de datos de nominaciones de la Fundación Nobel—, pero nunca llegó a recibirlo. Su legado humanitario, no obstante, ha sido estudiado en trabajos recientes como los de la historiadora Isabel Oyarzábal (España y la Gran Guerra, 2018), que señalan cómo la “neutralidad activa” española tuvo un efecto humanitario de primer orden.